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Juan Rulfo nunca consideró la escritura como un trabajo profesional. Escribía por gusto mientras se ganaba la vida como funcionario en Gobernación o como vendedor de llantas. Su sacrificio personal nos subsidió a nosotros, sus lectores.
Juan Rulfo estaba por cumplir treinta y ocho años cuando se publicó Pedro Páramo. Entre la publicación de su novela y la muerte de su autor transcurrieron más de tres décadas que vieron crecer el prestigio del escritor; su novela y los cuentos reunidos en El llano en llamas (1953) se llevaron a más de medio centenar de lenguas, y los tirajes en español se reprodujeron por cientos de miles. A los diecisiete años el escritor abrazó su libertad e inició su trabajo escritural. Había asimilado los conflictos de la fe y una espinosa disciplina formativa que se alimentó del confinamiento en el orfanatorio y en el seminario (1927-1934). Emergió su vocación y uno de sus gérmenes fue el asesinato de su padre cuando el futuro escritor contaba con seis años de edad. La crisis de la pérdida se acentuó cuatro años con la muerte de la madre. El niño sumergió y elaboró el duelo entre los libros de la casa materna de San Gabriel donde estaba la biblioteca de su abuelo y la del curato que se alojó ahí cuando las iglesias se cerraron durante la Cristiada.La transfiguración del duelo en trabajo creador fue pausada y rotunda. Un decenio transcurrió desde la publicación de su primer texto –“La vida no es muy seria en sus cosas”– y la aparición de Pedro Páramo. Ese lapso será muy fructífero en la escritura y también en su trabajo fotográfico –sobre arquitectura, paisajes y retratos– que alternaba con el alpinismo.Rulfo nunca consideró la escritura como un trabajo profesional y no le interesó lucrar con el oficio de escritor. Además de los cientos de textos introductorios y cuartas de forros que como editor escribió en las publicaciones del Instituto Indigenista, se conocen unos sesenta textos entre prólogos, presentaciones, ponencias, monografías; existen unos cuatrocientos más sobre arquitectura, casi todos inéditos. También fue un creador excepcional de imágenes. Dejó un archivo de unos seis mil negativos. El ejercicio de la escritura y la fotografía fueron para Rulfo una afición: “Para mí el único oficio es el de vivir.”